Afiche. Un histriónico VINCENT PRICE encarna al vigoroso vengador EDWARD LIONHEART. No se lo pierdan |
VINCENT PRICE se redime del todo/completamente
de las adaptaciones de los relatos de EDGAR ALLAN POE que ROGER CORMAN
travistió con algunos aliños de cuentos de HOWARD PHILLIP LOVECRAFT con la
espléndida y vigorosa encarnación del excesivo actor shakesperiano EDWARD
LIONHEART en esta elegante cinta británica de humor negro de 1972.
Al menos, esos travestismos dieron a Price amplio
repertorio de personajes peculiares protagonistas. Así, forjó un Lionheart
tremebundo, excelso en su excentricidad, repleto de eruditas citas del Bardo
que endosar a los destinatarios de su ODIO: sibaritas críticos teatrales que le
privaron de un importante premio de interpretación de concesión anual.
Theatre
of blood, título original,
también denuncia a los críticos que, desde fatuas torres de marfil, con
hierático mohín y malvada prosa tiránica, pueden destruir una carrera, arruinar
una producción, desemplear a buen número de personas, malograr el futuro de
aspirantes a leyendas que jamás podrán destacar por ser víctimas de una caprichosa
reseña adversa. O sea: ¿cuántos LAURENCE OLIVIER (tomándole como el Excelsior! de la interpretación) estaremos
perdiéndonos debido a ese pérfido comentario escrito por una “autoridad” que cura-o-mata
al albur del estado de su hígado ese día?
Lionheart acentúa su dramatismo personal con un atuendo digno del más infantil imaginario sobre DRÁCULA. A posta elegido, fijo |
Lionheart medio se pertrecha en ese
argumento para liquidar (o mejor, castigar)
de forma tan ‘constructiva’ a los críticos. Les aplica el tormento y/o
sentencia de una obra de Shakespeare que Lionheart interpretó y que el tal
crítico denostó en su columna. La otra mitad lo da el que la película debía
tener un contenido comercial, y emplea esa selección de imaginativos asesinatos producto
de una elaborada venganza mucho más cuidada que la de cualquier CONDE DE
MONTECRISTO, empero muy en la línea del V de V DE VENDETTA. Apreciaría la rica ironía que contiene cada
ejecución. Ajá, sí.
Mas prefiero resaltar el objeto de la
crítica. Los críticos, mejor dicho. Como autor, sé qué riesgo (y no
mínimo-nimio) corro cuando arrojo una creación al público. Pienso haberlo hecho
lo mejor posible. Como humano, no puedo soslayar el fallo o defecto, por mucho
que lo intente. Me inquieta pues el vitriolo sibilino que me arroje un crítico
situado en la cúspide de una cumbre borrascosa tanto fabricada por él como por el
entorno de una elite veleta que estima que el Tal merece esa “superioridad”. Elude
juzgar la calidad de mi obra con honestidad. Se desahoga destruyéndola por haber
tenido ese día un percance o altercado (doméstico, pongamos). O peor: porque mi
calidad sea tal que ponga erectas todas sus envidias al descubrirle su masiva
impotencia creativa. Y ¡ataque!
Lionheart demuestra su versatilidad actoral y aprovecha los sanguinarios recursos del repertorio shakesperiano para ejecutar su barroca venganza |
Estoy inerme. La Eminencia Ha Hablado. No querrá
oír mi defensa la frívola Jet Set que
finge intereses culturales (ayer, el cubismo; hoy, las novelas gráficas;
mañana: tirarse por Despeñaperros), enhebrada con políticos cortoplacistas que
entienden que ese bisel de “verse en la Cultura” puede beneficiarles. Todo se
resume a que Habló La Eminencia. A que entiende ¡que no veas!
La alternativa es la Alternativa Lionheart. Dramatizada. Teatral. Barroca. Im-posible.
Hay que tener cuidado con la crítica pero debido a la perspectiva que estoy alumbrando:
la del antojo. La maldad personal. La envidia. Cunden los ejemplos. Creadores ayer
desdeñados hoy la Nueva Generación Crítica los ¡aclama!, y consigue, además,
demostrar la perversa y gratuita inquina personal del que vituperó antaño.
EDWINA (DIANA RIGGS) hace un tiempo el doble juego; pronto queda empero demostrada la lealtad al padre |
Este “defecto crítico” no incumbe sólo a
las Artes. Los medios de comunicación (o redes sociales) diseminan reseñas emponzoñadas
que envilecen al periodismo, manchan la integridad y la veracidad de la
información que transmiten. Aun dañan personas con sus espurios intereses
partidistas o personales. Algún día, espero, tendrán su Lionheart.
Hasta tan feliz fecha: gocemos de este espectáculo.