domingo, 8 de octubre de 2017

EL DISCURSO DEL REY — NO HAY HOMBRES PERFECTOS; SÓLO INTENCIONES PERFECTAS

Afiche. A saber cuántos otros reyes han
recibido una asistencia parecida y de la que
jamás sabremos nada
TOM HOOPER realiza una película elegante, respetuosa, pausada, en absoluto plúmbea, en que hace continuo hincapié en la faceta humana del rey JORGE VI, preso de una tara física (tartamudez) que amenazaba con incapacitarle para desempeñar su importante cometido en un momento histórico complicado y complejo.

Desarrollando la relación de amistad entre el futuro rey y LIONEL LOGUE, Hooper relata que esa dificultad, bastante perniciosa en un mundo moderno donde el lenguaje, el discurso, la convicción que la voz pueda transmitir a un pueblo con o en dificultades, es indispensable, manifestó una criatura sin dotes divinas a alguien que supo apiadarse de sus defectos, y que, por su tenacidad, se granjeó su respeto.

La palabra ‘rey’ asigna determinadas ideas preconcebidas (a favor; en contra) e impone a quien la ostenta nivel superior que le hace como intocable. Ser monarca transfigura, transforma, opera cambio maravilloso/majestuoso, en quien porta la corona. Jorge VI es débil, lo acompleja notablemente su dificultad del habla, le alegra ocupar su discreta posición dentro del estricto organigrama de una Casa Real como la británica (suerte de espejo donde las demás soberanías deben verse —tanto en lo bueno como lo malo—) hasta que, de pronto, la corona cae en sus manos. Su mayor pánico: se materializa.

La presión de un público implacable, crítico al menor fallo,
agrava la circunstancia personal del futuro JORGE VI
De nuevo Hooper acentúa mostrar a una persona convencional que sólo por recibir un título regio parece perder la humanidad para, como EL CID, entrar en la leyenda. Los reyes, per se, no son gran cosa. Son como nosotros. Débiles/fuertes, con fobias/filias, noblezas/miserias. Un vistazo a la Historia nos permite valorar el amplio catálogo de villanías o grandezas encarnadas por soberanos.

Su majestad proviene de lo atinado de sus asistentes, papel que acaba desempeñando Logue. Lo ayuda a ganar coraje, a tener voz, a usar su derecho a emplearla. Como amigo y confidente, el personaje que encarna GEOFFREY RUSH no creo quisiera convertirse en la EMINENCIA GRIS detrás de Jorge VI. Veía en él una determinación, un querer hacer el bien general, que lo impulsa a exteriorizar palabras que rozan la traición, sí, ajá. Pues piensa: Para una vez que tenemos alguien decente, ¡sería un derroche, sino un crimen, tenerlo en un rincón, inútil, desaprovechado! Quería revelar a Jorge VI su capacidad para hacer algo BUENO por su mundo, amenazado por el nazismo y el bolchevismo. Le dolía ver que tanto talento… se desperdiciara, ajá, sí.

La inesperada (y paciente) ayuda que le llega desde las
antípodas. Poco ambos esperarían esta relación laboral
terminase como lo hizo
Esto provoca la controversia que durante tiempo les separa. El airado Jorge VI sigue perteneciendo a una estirpe de poderosos que han modificado el mapamundi a voluntad incluso, y eso es imposible pueda olvidarlo. Aun es inadmisible que un súbdito plebeyo australiano venga dándole consejos con sospechoso tinte sedicioso. Sin embargo, la calamidad que se avecina lo obliga a buscar su ayuda de nuevo. Recibe cura de humildad.

Lo ejemplar de la película reside, siempre, en la humanización de una figura inalcanzable (y más en aquella época, donde ser monarca todavía tenía relumbrón quasimitológico —no olvidar qué importancia taumatúrgica tiene que un rey esté sano y fuerte; transmite su vigor al reino, que se traduce en prosperidad—) que hace que su posición lo aísle del común de los mortales. Cuenta con privilegios (a veces malgastados de forma censurable) que, en el fondo, quizás no compensen su separación de nosotros.

Una consejera buena, constante y paciente, tratando de
consolar a un hombre abrumado por la enormidad de unas
responsabilidades que le aterran
En algún momento, dentro de la cabeza de un soberano, opera el mecanismo de su abolengo, por derecho divino otorgado encima, y se yergue causando por tanto más retraimiento. En lo que incide el filme empero es en la fragilidad de un soberano (caso de que exista), comprendiendo que puede errar también. Concederle el beneficio de la duda, pues se es más tolerante con otros directamente despóticos. ¿Por qué no moderarse con un rey que pretende hacerlo bien? Logue lo hizo. Vio al hombre dentro del rey.