Continuamos. Rápido retrato de cómo la tensión acumulada puede afectar a nuestras decisiones |
—Déjame esto a mí. Conduce el Relámpago
Rojo. Síguenos —impone con tono un tanto cortante, demasiado para este momento
del preamanecer—. Ve instalándote, chico —instruye—. Deprisa.
No me atrevo a discutir. Menos: a
remolonear. Manipulo con cierta torpeza el tirador de la puerta deslustrada del
polvo de caminos marginales de la amplia Tejas. El gato: maúlla. Bujías, veo:
se muestra un momento renuente a obedecer a Dama de Picas.
Sé que comprende que Dama no desdeña su
esfuerzo. Más: lo agradece. Es la situación, empero. Nos tiene a todos
trastocados. Esas patrulleras Ranger: tampoco ayudaron a tranquilizarnos.
Metieron presión. Creo que Dama de Picas comparte conmigo la sospecha de que
esos pasmas, el enemigo, girarán de golpe, dispuestos a cazarnos.
Halcones nocturnos, fingieron alejarse
para pillarnos desprevenidos. Bujías estimo no entiende esta sospecha, que nos
carcome despacio por dentro. Pero tras ese momento de duda, de indecisión:
obedece.
Recuerdo al respetable que mi actividad se diversifica en esta señorita también |
—Buscan ese deportivo —señala apeándose
de la Jonathan Kent—. Supones a qué estoy
refiriéndome, ¿no?
—Te cubriremos. Lo sabes —esa tirantez
nuevamente en su tono—. Serán pocos kais. En cuanto encontremos una arboleda
tupida, un arroyo donde lanzarlo, algo parecido, viajas con nosotros. Venga,
Bujías. Enróllate. ¡No sobra el tiempo!
Sus ojos: lo resaltan pesquisando la
zona por donde los Ranger se arrojaron como locos. Eso es: compartamos ese
miedo. Creo consigue infundírselo pleno a Bujías.
Por lo tanto: se sitúa sin demora al
volante del Relámpago Rojo. Mientras nosotros nos instalamos con la más magra
comodidad: Bujías recupera la senda, lleva el poderoso deportivo por esta
trocha despareja, alzando polvareda más atenuada.
Dama de Picas: rasca un poco la caja de
cambios según aprecia que el paleto que conduce esta Jonathan Kent tiene la pickup
descuidada. Casi la cala: dos veces. La segunda cruza ella mirada conmigo. Cree
atisbar reproche en mis ojos, censura estilo: Presumes de ser la Frankenstein
de la Carrera de la Muerte del año 2000. Te he visto escapar de las veloces
patrulleras, en efecto. Pero ahora ¡la cagas sin parar!
—Ni una palabra, niñato —previene. Poco
después trinca el tranquillo al trasto.
Cuyo raudal de aventuras prosigue en este ejemplar |
No tardamos en alcanzar las luces traseras
rojas del potente deportivo. Rebasamos filas de álamos de aspecto agotado, más
que sediento. Delimitan la extensión de distintas parcelas en constante
competición por su supervivencia en el más desamparado suelo.
Algo: recaba mi atención. ¡Dita SEA!
Informo:
—Luz, Dama. —La diviso por el reflejo,
tenue, en el retrovisor externo de mi lado—. Creo han descubierto que hemos levantado esta camioneta.
Un parche de claridad apenas
amarillento. Rectangular. De bordes: difusos. Algo me sugiere: más bien se
trata de alguien que echa una meada antes del repiqueteo del despertador, no de
que un instinto lo insta a inspeccionar su decadente patio estilo casa de Mi nombre es Earl advirtiendo que su Jonathan Kent… emprendió el vuelo.
—En situaciones así —maldice Dama de
Picas— todo se tuerce, Se Tuerce, SE TUERCE. Si algún dios suele aceptar tus
plegarias, solicítale que ese quien sea no nos delate ahora.
(Continuará)