Nuevas decisiones abren caminos repentinos. La incertidumbre de a dónde conducirán pesa en los ánimos |
Bujías: saca de pronto el brazo por la
ventanilla. Lo agita frenético. Inmediatamente: imaginamos lo peor. ¿Acaso la
CB del Relámpago Rojo captó algo? ¿…esas patrulleras Ranger acercándose a todo
carajo para cazarnos?
Miro hacia atrás, a la moribunda penumbra
que va restando de la convulsa noche. Los objetos tienen definidos perfiles
ahora. Un asomo: de color. Casi podrías contar las hojas de los álamos que
lindan esta trocha y las casas en cuyos jardines crecen. No veo nada parecido a
lo que tememos.
Bujías: indica una maleza a la izquierda,
comprendemos. Parece bastante tupida, ajá, sí. Hasta podría tener un arroyo lo
bastante caudaloso como para, si no hundir el vehículo dentro, encallarlo lo
bastante en el lecho para dificultar las tareas de rescate y rastreo de la
pasma, el enemigo. Dos rápidos toques del claxon: 10/4, Bujías. Lo pillé, le
indica así Dama de Picas.
Vuelvo a promocionar esta impresionante novela llena de humor, acción y tensión, homenaje a grandes iconos de la ficción |
El Relámpago Rojo: tuerce por un senderillo
más que borroso y difícil de precisar alzando la inevitable polvareda. Casi
enseguida Dama de Picas cubre las huellas de los neumáticos que asustan a las
cacatúas del Relámpago Rojo con las que producen los nuestros. Bien pronto
estamos rodeados de árboles: cuya corteza sugiere que los tallaron en ancestral
granito.
El terreno es bastante desparejo. Chirrían
los amortiguadores. Nos bambolean un poco. La trocha por la cual circulamos: profundamente
flanqueada por la colección de arbustos y árboles que nos acogen con
indiferencia vegetal.
Bujías: no precisa le indiquen cosas como
que debe penetrar tan al fondo como sea posible de este reducido bosque-pegote
(porque parece eso: un pegote de espesura) como para que nadie nos descubra
haciendo nuestras ilícitas actividades al amanecer.
Crepitan ramas secas muertas aplastadas por
las ruedas que asustan a las cacatúas. Entra por las ventanillas una vaharada
de savia y vago aroma a eucalipto que me transporta a mi querencia por
Australia unos momentos. El gato rebulle dentro de la caja. Como intuyendo:
congéneres entre los árboles que crecen a los lados.
El Relámpago Rojo: para ante un elevado
reborde de tierra. Dama de Picas frena a su lado, a corta distancia. Bujías
abandona el poderoso deportivo, indicando algo al otro lado de la línea
quebrada. Lo vemos sin problemas. Un arroyo.
—Ni pedido a propósito —celebra Dama de
Picas. Abandonamos la Jonathan Kent
como ansiando desprendernos del contacto del falso cuero de sus asientos.
Que tiene esta mucho más dramática secuela, haciendo más poderoso el fantabuloso Marsoon |
Intenso olor: a alba. Amanecer zulú
primitivo por mor de la envolvente naturaleza. La paz que transmite: acentúa
los rigores de los calambres fantasmales en nuestros muslos provocados por la
concentración de ácido láctico de la adrenalina desenfrenada que obturara
nuestras arterias. Piso esta tierra “virgen”: como si fuese la de otro mundo.
Me cuestra creer: la ausencia de
francotiradores, o pasmas, el enemigo, entre los arbustos circundantes. Atisbo
presencia humana: latas de birra Viking
y hojas rotas de revistas porno. Seguro que hallaríamos más indicios de
actividad sexual pueblerina: si empezásemos a hacer esa arqueología.
—No lleva mucha agua —los adultos:
inspeccionan el caudal del arroyo. Cantarino. Nada turbio. ¿Poseerá peces?—.
Pero ¿podemos elegir?
—Podríamos quemarlo, también —sugiere
entonces Bujías. Mira el precioso Relámpago Rojo con clara barrena de
consternación en el semblante. Fue leal compañero.