Empiezan a moverse cosas. Pero se teme que en dirección opuesta a la deseada... |
Despejo sin embargo mi mente de estas
visiones, de la imagen de una laaaarga valla de acero y listones torcidos
golpeados por ventoleras cargadas de rocosa metralla menuda, patrullada por rednecks estilo KKK en camionetas Steven
Seagal o pickups como la Jonathan Kent blandiendo sus rifles
según cazan ilegales que cruzaron la línea.
El cimbreo de la concertina oxidada sacudida
por el viento que corona la verja. Sonido estremecedor. Impregna las pesadillas.
Sé de qué hablo. La he visto. Recorrido. Oído ese ruido. Casi enfrentado a esos
paletos de esta América que naufraga, comida por doquier debido al auge del
PragmaSoc en sus calles.
El murmullo de la brisa que acaricia las
hojas de los árboles circundantes: termina por situarme en AHORA de manera
decisiva.
—Trabajemos —propongo—. Carpe diem. Tempus fugit.
Y un recuerdo, cambiando de tema, para este no menos impresionante serial |
Dejo al gato que explore un poco los
lugares inmediatos a nuestra faena pero limitado por la correa que uní a su
collar. Agradece este segmento de libertad. Orina, revolviendo luego enérgico
la arena: para ocultar su presencia.
Mientras empujamos el Relámpago Rojo hacia
el fondo del cauce somero: prestamos atención. Nuestros oídos parecen captar,
sí, ajá, el rumor poderoso de motores trucados para capturar gente como
nosotros. Paramos el trabajo.
Las patrulleras Ranger. Han girado.
Finalmente. Husmean, con aguzados sentidos de pasmas, el enemigo, nuestro
rastro en esta selva minúscula, que parece intimidada por la enormidad del
páramo polvoriento que empieza a invadirlo todo. Traspasa Méjico. Tejas. Nuevo
Méjico. Sin tregua: avanza Avanza AVANZA asaltando el Norte más feraz.
No parecen los neoyorkinos preparados para
esta invasión silenciosa, tenaz, constante, que viene desde el desamparado Sur
que el PragmaSoc ordenó abandonar para concentrar esfuerzos en los Estados
proPragmaSoc del Norte y el Medio Oeste.
—Vienen. Sí. Ajá —exánime Bujías. Sus
marcadas facciones se orientan hacia la trocha que abandonamos. Sus ojos
adquieren destello inorgánico. Lo reconozco. Relucen así cuando piensa, intuye,
habrá tiroteo. Violencia. Encoge: mi vientre.
Dama de Picas, empero, no parece tan
convencida. Juzga mejor que son nuestros miedos, junto al juego del viento en
la floresta circundante, trasladando algún ruido remoto que llega Dios sabrá
desde dónde, cuanto estamos oyendo. Sin embargo…
Y no quiero que penséis que BIANCA BLAZE duerme el sueño de los justos. ¡Todo lo contrario! |
Cópiatelo. Empuña su calibre Millenium.
Verifica haya una nitroexplosiva en la recámara. Bujías aparta la mirada del
distante camino para ver qué precauciones adopta Dama de Picas.
—Maldita SEA —rebusca en la parte trasera
de sus pantalones. Extrae el Eagle de reglamento. Imita a Dama de Picas—. Tal
vez podamos escapar todavía en la pickup.
—No sé qué decirte. Empujemos esto al río.
Rápido —propone por fin Dama de Picas.
Teme un enfrentamiento. Lo leo en su
rostro. Quizás aquí tendríamos sin embargo una posibilidad, más que
mínima-nimia, de salir del atolladero. Árboles. Taludes.
En la carretera: nos pararían,
acribillándonos a continuación sin precisamente realizar ningún gesto sospechoso.
En esa caja de metal. Como Bonnie y Clyde. Fritos por Rangers rencorosos.
Cavarían en nuestros dispersos cien mil impactos de balas.
Continuará