miércoles, 29 de noviembre de 2017

ROAD TO SOGUETTO — ENTREGA 18

Un brusco giro a los acontecimientos relatamos hoy
¿Sabéis qué ocurre a continuación? Orondo Buck no deja de mirar hambriento el busto de Dama de Picas; dudo intente ubicar a quién le recuerda su semblante (de Julie Strain), mientras su basta mano izquierda solicita papeles, venga, ¡LOS PAPELES!, para ver si somos norteamericanos de pura cepa o sólo tránsfugas de nuestra nación, acosada por la miseria que el PragmaSoc imprime a nuestras vidas.

Los otros permanecen al margen, expectantes a las decisiones que tome su hirsuto líder, que proceda de algún modo. Imagino, por esa sombría mueca que estampan en sus semblantes cansados por la vigilia, que piensan violarnos. A todos. No me extrañaría, aunque, en principio, sea Dama de Picas objeto de sus “atenciones”.

¿Qué sucede a continuación, según devoran con los ojos las curvas de Dama de Picas, deseando YA practicar las cochinadas de las webs warras que suelen consumir?

Disparo. Tres veces. Objetivo: la cara obscena de Orondo Buck.

Nadie me prestaba la más mínima-nimia atención. Un esmirriado con pinta de criminal John Connor adolescente inclinado sobre la caja de un gato asustado, cuya cara emula el miedo que el felino desprende en tenues oleadas. Hasta que el Commander truena, empuñado raudo. He aprendido

¡Hey hey! Imperdonable perderse esta serie
gráfica también. ¡Lo (casi) nunca visto!
(de Dama de Picas)

cómo sujetarlo, procurando que mis nitroexplosivas o crackeadoras atinen donde deben; o bien cerca. Ocurre: un milagro.

Parte del cráneo de Orondo Buck se inflama, estalla, esparce sedimentos óseos, cerebro. La cara adquiere, un borroso/vertiginoso instante, increíble expresión. No sorpresa. No pánico. Nada de eso. Es la carne removida por la vehemente entrada de los proyectiles. Su fuerza impide que los sesos despedazados procesen, ni por instinto, qué ocurre.

Aquí falla siempre la lírica al respecto; la que puedas leer en The Executioner o toda la demás literatura similar. Proyectiles a trescientos o cuatrocientos metros por segundo llevan una aterradora carga cinética. A esta distancia: es instantáneo. La muerte no puede estamparle una huella emocional en el rostro. No hay tiempo.

Sólo causa esa máscara trágica al ser sorprendido súbitamente por la Parca, y que el metal caliente haga estragos en el tejido por su poderosa barrena devastadora.

Mírala: según apunto a otro, Dama de Picas hace una genuflexión. Rápida. Limpia. Vet nata de las Dunas. Vacía su Millenium. Estampa agujeros sanguinolentos en el pecho de dos de los atacantes. Bujías reacciona. Estrépito. Las armas enemigas: no pueden competir con las nuestras.

Con una maestra así de bárbara y dispuesta,
¡normal que el muchacho despliegue este talento!
Seis segundos. Aunque parecen muchos más. Todos muertos. Proyectiles perdidos: desgarraron cortezas de árboles estremecidos por la cacofonía. Empieza a perderse. Semeja: bandada de aves intimidadas emprendiendo el vuelo. A toda: prisa.

Lo imagino… por supuesto. Pues estoy ensordecido por las detonaciones de mi propio calibre. Son las que aíslan mis martirizados tímpanos de las secuelas de las descargas de mis compañeros. Entonces: la adrenalina que tortura mis músculos se convierte en sed en mi boca, dolores en la cara interna de los muslos, presión en los testículos. Una arcada empieza a nacer. Igual: que esa ola gigantesca de la cabecera de Hawaii Five-0, la que veía en Canal Reposiciones. La original. Incluso oigo la melodía de Morton Stevens.

Me pliego para empezar a basquear hebras de saliva, trozos por digerir aún de la cena.
Continuará