Por molona, escojo esta portada del libro que, reconozco, posee elementos proféticos de actualidad |
Consideran esta novela uno de los fundamentales
pilares (si no el pilar) de la ciencia ficción; la obligada lectura. Compendio
de cuentos, los hermana una ilación común, cómo responden los robots programados
con las Tres Leyes frente a situaciones de estrés que las vulneran, y concluyen
en un derrotista sentimiento de resignado determinismo, dogma en el que parecía
creer sin fisuras el autor, SAN ISAAC ASIMOV.
Siempre han imputado a San Isaac la
arrogancia grandilocuente de estar predicando, propalando mediante sus
narraciones del género su ‘inequívoco’ evangelio, e iba (o va) de culo cualquiera
que no estuviese en la onda, u osase criticarle. Prevengo rechazo todas las censuras
que reciba por mis observaciones de este libro en base a que era “novela para
jóvenes”, eran los años 50, aún había cierta residual impericia en San Isaac.
Las repudio porque TROPAS DEL ESPACIO es también novela para jóvenes, y es mucho
más luminosa, dinámica, vibrante y variada, que este plomizo compendio
minimalista donde San Isaac sospecho asienta lo que va a constituir su
principal “fortaleza” y recurso narrativo: el dos hablan (mucho) en un despacho. La pereza disimulada de sapiencia. En
ocasiones, hay más de dos hablando (mucho) en un despacho; empero la tónica general
es esa: mucha garla, poca acción.
San Isaac empieza detallando los inauditos
y torpes inicios de la robótica con el cuento del gigante de hierro-niñera, y el leal afecto que les vincula, para terminar creando un
cuarteto de Inteligencias Artificiales dispuestas a regir el destino de la
Humanidad. Todo, bajo el benefactor palio de las famosas Tres Leyes de la
Robótica. Cierto que tener un dictator electrónico no parece peor que
tenerlo orgánico. SUSAN CALVIN, ¿no viene a decirlo? (Conspicua la preferencia
de la Calvin por los robots sobre los humanos; sospecho que porque los robots son
manejables, más que los Hombres; puede hasta “matarlos” sin estar
cometiendo delito. La ponen los robots porque a placer les somete, aprovechando
el que jamás se rebelarán. Un humano pondrá límites.) Durante nuestra Historia
hemos sufrido tiranos; ¿tan malo será que sirvamos a IA? Pues, sí: porque la
máquina será literal, inconsciente a nuestros sentimientos; todo lo montará de
tal modo que sea imposible soñar con la libertad porque… no computa. Generará
algoritmos que, de modo directo o sibilino, harán acabemos acatando su
voluntad, hasta pensando que es una excelente idea nuestra. Y alguna (férrea) pedagogía se ocupará de los indóciles.
Exaspera Yo, Robot por su monotonía,
su incolora atonalidad narrativa. No importa que, de vez en cuando, la “acción”
transcurra en un asteroide o nave espacial; todo se reconduce al concepto
primordial: dos hablan (demasiado) en un despacho. Cuando no es la Calvin, son
DONOVAN y POWELL, junto a otros participantes de la historia, ahí puestos para
que resalten las bondades de las Tres Leyes y que, se sugiere, no estaría mal las
aplicaran a los humanos. (¡Burlamos los Diez Mandamientos, redactados por Dios
mismo! ¡Imagina tres, escritos por un humano, creando así suspicacias!)
Es privilegio del autor plantear los
escenarios a su antojo para que sus personajes salgan del trance gloriosos, defraudados,
asesinados. Mas en San Isaac es tan descarado el que “yo retuerzo la trama para
llevarla al palabreo con boca y con culo” que consigue desalentarte. Cansa al
lector normal, no al fanático de San Isaac, omnívoro de sus ideas.
Esta chulería (en negativo) de WILL SMITH no tiene nada que ver con la obra comentada. Fijo que San Isaac abominaría de este extraño producto |
Porque el problema es: el sectario entusiasmo
de las “elites” endogámicas del género de la ciencia ficción por San Isaac.
Tienen nociones, educación, mas se han dejado seducir, u ofuscar, por los
verbos de San Isaac porque sienten contacta con una filosofía propia del mundo
y la evolución (la psicohistoria de los cojones) y elevan altares al laureado
patillas, incapaces de ver sus flagrantes defectos, así como de cuestionarle.
Su entrega: absoluta/incondicional.
Esas elites endogámicas no aprecian detalle
vital por la misma obtusa ceguera que les proporciona su fanatismo: yo, lector
convencional, busco en un libro de esta temática presupuestos de evasión y
acción (inexistentes); sólo hallo mucho presuntuoso parloteo. No tengo por qué
conocer la hagiografía de San Isaac, que si el libro es de cuando IKE, si es
juvenil. ¡Hostias! Quiero deleitarme con un escapismo bien construido, ¡no
recibir arrogantes lecciones de barata moralina sobre el barbarismo humano
hereditario y tal!
(Continuará)