Afiche. Violencia, bajos fondos y criminales de la Inglaterra cuya altanería no duda en criminalizar al resto del ancho mundo. Vaya pintas |
El atractivo estreno cinematográfico de GUY RITCHIE
(quien tanto TANTO la cagó con ese aborto sobre el REY ARTURO) se descubre fuertemente influenciado por la
obra del antaño ídolo, hoy caído/perseguido, QUENTIN TARANTINO. Un lenguaje soez/cuartelero, un pulso
visual frenético, montaje endiablado de viñetas, despiadados arrabales poblados
por arrabaleros de apariencia un tanto de opereta que empero son sujetos reales.
La atenta observación del filme revela que
toda la inicial atomización de sujetos (todos unos “prendas” en mayor/menor
medida; ninguno heroico, algunos apenas antiheroicos; el resto empedernidos malvados
aterradores, que la pátina de comedia que circula como un espectro burlón por
toda la cinta apenas suaviza su brutalidad) que componen el elenco, y de cuales
puedes perderles aprisa la pista a alguno, van no obstante confluyendo hacia un
irresistible centro de gravedad permanente: el lucrativo botín en libras y
drogas que deben suponer la salvación del cuarteto de tirados que encabezan el
filme.
Uno donde el ahora ¡aclamado! JASON STATHAM hace la solvente interpretación de un
buscavidas capaz de cometer algún delito (no radical; no sangriento… en
principio), acompañado del también contumaz VINNIE JONES, el peculiar
recaudador del hampón dueño del sex-shop, el auténtico malo de la cinta,
sicario que constituye uno de los tipos claves de la producción.
Todo empieza con el afán de lucrarse rápido de este cuarteto. Claro que el mafiosillo contra el que "disputan" juega sucio y los pone en un tremendo brete |
Resalta en Ritchie (quien se apayasó de lo
lindo al liarse con MADONNA, y que parece desde entonces va en declive, pese a
su SHERLOCK HOLMES) el nítido aire rompedor, desenfadado, tarantiniano,
de construir una fábula de los suburbios con un sesgo a lo PULP FICTION centrado en la concatenación de varios
elementos que acaba explicando secuencias después. No sigue entera la estela de
la oscarizada cinta citada (una cosa es inspirarse, lanzándote luego a abrir
tus propias sendas; otra, copiar por la cara), mas deja suficientes trazas evidentes
como para con honestidad admitir que, sí, ajá, en algunas cosas se anotó
efectistas secuencias.
Desarrolla asimismo el montaje, el golpe de
imagen que obtiene parando el metraje, buscando sugerentes ángulos, resultones
primeros planos. Aun algo a lo SAM RAIMI. El cine de Ritchie (o los regidores citados) rompe con los algo
acartonados académicos esquemas como se entiende el cine “tradicional”. Cierto:
otros cineastas (PECKINPAH) han logrado imprimir su huella característica en los
fotogramas que han filmado. Ora un efecto, ora un encuadre, ora la forma de
entender el mundo que ruedan a través de sus personajes o paisajes… Pero en
Ritchie (como en Raimi) el impulso de hacerlo visual, de marcar así su
impronta, es obsesivo, casi tan fuerte o más, que la misma historia a relatar.
Y, esperando salir del apuro, creen que la solución es darle un palo a esos cultivadores de droga |
Sugiere que ha construido una leyenda
(criminal) que justifique el: Fíjate, compa, cómo paro aquí la imagen; mira qué
primer plano; ¿has visto qué montaje, qué velocidad, qué contraste? Es un cine
hypervisual, como una comprensión “superior” de que el auténtico gancho que
atrae al público es una imagen que recordará siempre, más importante que
construir un elegante diálogo o la composición escénica cuya erudita herencia
pueda inducir repelencia por un refinado culteranismo excesivo. Esto es un
cuadro para listos, no para el común de los mortales, y quieren hacernos sentir
tontos rodando esta cosa de esta estilizada manera.
Llama también la atención de esta cinta el ambiente deprimido por donde circulan los concurrentes. Acostumbrados a nuestros barrios bajos o calles donde un enfoscado en ciertas casas se agradecería, cuando nos hablan de urbes extranjeras, Londres, Nueva York, París… el ensalmo de que es “el extranjero” (mejor) y hacen las cosas más de puta madre magistral, como muestran sus series o películas, incita a creer que somos unos pueblerinos purriosos tercermundistas. Una ojeada a esas calles filmadas demuestra sin embargo que están peor que nosotros, pese a su “magnificencia internacional”. Fatua opulencia. Con gente aún más canalla pululando por sus vías.
VINNIE JONES se revela como una figura con pinta de duro criminal que prometía fotogramas gloriosos. Es la época en la que VIN DIESEL despunta a su vez |