Afiche; cómo no: DREW STRUZAN |
El realizador mejicano GUILLERMO DEL TORO,
confeso fan de los cómics, y sobre todo del que anima en fotogramas, intenta
crear un retrato fiel del personaje
ideado por MIKE
MIGNOLA (con ayuda de JOHN BYRNE) y que genera tanta apasionada repulsión
como adicción. RON PERLMAN, embutido en una aparatosa superestructura de látex,
encarna a Hellboy, moviéndose por todo el proscenio salvando gatitos.
Aunque Hellboy no trabaja solo, pues está
integrado en un cuerpo secreto de defensa paranormal norteamericano (LOS CAZAFANTASMAS, pero en
gubernamental; por tanto, todo velado por el secretismo oficial y las paranoias
adjuntas de quienes intentan salvar el mundo día-a-día evitando salir en los
telediarios), organización bastante detallada en el filme, cuando mejor trabaja
Hellboy es solo.
Figuras tan exóticas como ABE SAPIENS, o LIZ
SHERMAN, colocados ahí para humanizar a Hellboy, generando de paso ese merchandising que enfebrece al
pintoresco colectivo coleccionista freakie,
en mi opinión lastran al personaje. Y no molan. Son un obstáculo, pese a su ‘elegante
función’ de rehenes para que el héroe se luzca en un momento dado. Carecen del
carisma de Hellboy. Verlos en
pantalla… confirma que ralentizan. Demoran. Si, de por sí, el cómic tiende a la
lentitud para ganar suspense y atmósfera, que concedan tiempo a secundarios “poco
agraciados” empobrece la cinta.
RASPUTÍN flipándolo con su guante steampunk de hacer la puñeta cósmica |
Y no creo que se deba al poderoso y
triunfal individualismo que la ficción lleva, desde siempre, empotrándonos en
los sesos. ¡Son estorbos, puñetas! Los individualistas de la clase de Hellboy, que también sufren su copiosa
manta de agresiones, físicas, verbales y/o emocionales, como el común de los
mortales, nosotros, terminan venciéndolas. Y nos dan esperanzador ejemplo de
resistencia.
Poseen acero, ¡MÁS ACERO!, ahí dentro, y del
cual tiran para imponerse y lanzarnos el inequívoco mensaje de que, chaval, ¡tú
también puedes! Nos adoctrinan para ser fuertes, lograr metas, coronar cumbres escarpadas,
conquistar adversidades, ajá, sí, y dormir plácidamente después.
Todos estos apalancados (y algunos más) viven del cuento de HELLBOY (el rojo del centro), Dicen ayudarle a algo |
La vida real… no es así. Terminamos
necesitando apoyo. A veces, la fuerza procede de un amable consejo, o una maternal
palabra dulce, enunciada por quien carece de los poderosos músculos de Hellboy. El mensaje subliminal de Hellboy (por ejemplo), de vencer sin
importar cuál sea la adversidad y el coste, se desvirtúa, se cuartea. El
individualista queda de puta madre magistral en ficción. Tienta a ser imitado, ¡por
supuesto! Nuestra pobre carne mortal requiere, sin embargo, del árnica de la
solidaridad y la comprensión con bastante frecuencia.
Mas Hellboy es ignífugo; puede
enfrentarse a aberrantes criaturas del Remoto Pasado, o aun realidades
paralelas sanguinarias, superando el trance con relativa dificultad. ¡Qué
envidia!
No todo son hostiar bestias apoqueclípticas o malditas; hay ratitos para el flirteo, no crean ustedes |
Esa parte del filme, que tanto apela a lo
ilustrado por Mignola, a su vez sustentado en los “delirios” fantabulosos de H.P. LOVECRAFT sobre
titánicos astronautas con facultades sobrenaturales, desluce un tanto el
resultado. Ves actores embutidos en corazas de látex que, por todo parlamento, gruñen
(¿por qué? ¿No tienen idioma? ¿Por qué deben mugir, si luego resultan ser altos
duques del Huerco?), y que se mueven por el set
con torpeza, destruyendo así toda ilusión de “monstruosidad”.
Hellboy no es expeditivo exterminándolos.
Del Toro “se recrea” permitiendo al bruto ‘sobrenatural’ amontonar víctimas y
daños, impidiendo a Hellboy proceder rápido (lo suyo), pues ingeniar el chiste
estilo JOHN MCCLEANE antes del tiro de gracia parece prioritario para Hellboy.
Peculiares personajes nazis ayudan a Rasputín en su cruzada por destruirnos |
Hellboy se esfuerza, en la cinta, en
impedir el Fin del Milenio que liberará al Dragón, trágico suceso subvencionado por nazis adictos a una causa, no
obstante, distinta al Reich Milenario proclamado por la fastuosa y rimbombante
Propaganda nacional-socialista. Los hechizó Rasputín, y sirven en su particular
cruzada para destruir nuestro pequeño mundo y edificar sobre su escombrera algo
mejor. Para Rasputín, suponemos.
Qué personajes, los nazis. Han terminado como
fuente de anécdotas e historias que caminan bien o descarrilan del todo. En Hellboy son semilla de destrucción,
gerentes de un apoqueclipse bastante resultón y creíble. Todas esas máquinas de
sesgo steampunk y conjuros raros. Les dignifican. En producciones menos
cuidadas, o sólo pensadas para obtener algún beneficio rápido, son recurso
payaso, estereotipado, que ¡asombroso!, insulta al espectador por su burda y
maniquea recreación.
El singular destino de Hellboy es ser llave maestra de nuestra extinció. (Bien puestos se los pusieron, por cierto) |
Del Toro empero ofrece un filme
interesante (en lo visual, ante todo) y adecuadamente servido para el esparcimiento.
Tanto, como para patrocinar secuela mucho más elaborada (otra vez: desde lo
visual) que esta primera entrega. Su mayor virtud: salva con competencia esa
franja horaria que destinamos al esparcimiento.
Como apunte final, cuan ociosa digresión,
señalo que, distinto a otros regidores, más encastrados en la “arrogante”
dignidad que puedan aportar “los clásicos”, del Toro ve en la historieta un
generoso caudal cultural fluente en argumentos sólidos para el cine. El
clasismo habitual de la “alta escuela” reniega del medio con una emoción que
recuerda al miedo, el de que el público descubra que todo su jactancioso
artificio es oropel, y reniegue de ellos. Así que mejor masacran al cómic,
salvando su erudición.