viernes, 26 de julio de 2024

EL MARTILLO AZUL — CALMA: NADIE MUERE AMARTILLADO

 

De tantas portadas: Repito: pese
a sugerirlo, nadie muerte golpeado
a martillazos. Es una metáfora que
ROSS MCDONNALD emplea
para prender nuestro interés

Las dos primeras páginas de EL CASO GALTON lo desvelaron: ¡este es el escritor-escuela  en que se inspira JAMES ELLROY (¡aclamad al escritor!)! Todos originalmente tenemos un guía. Caso del escritor de ciencia ficción: VERNE, WELLS, SAN ISAAC ASIMOV… Caso del escritor de fantasía: TOLKIEN, MOORCOCK. Del terror supongo que el “fascista” LOVECRAFT, HOWARD y ASHTON SMITH, rememorando al “esclavista” POE; ya de por sí STEPHEN KING es un clásico per se, empero seguro sus referencias fuesen esas. Por mucha literatura noir que Ellroy engullera durante los años en que coqueteó con prisiones y drogas que casi acabaron sepultándolo, ROSS MCDONNALD ha sido la referencia constante.

De hecho, hasta en su “producción más reciente”, pese al esquemático giro que su prosa ha sufrido, el estilo McDonnald permanece aferrado a sus adjetivos como un liviano ropaje pero que teme perder. El sólido estilo de McDonnald de por sí contiene numerosos atractivos que permiten engancharse a sus verbos. Tiene tendencia a las hermosas metáforas bien construidas, mientras sus personajes reflejan un profundo conocimiento de las personas. Es lo positivo de la literatura noir bien escrita, por un entendido. Bucea en nuestro Reverso Tenebroso hallándole todo el tóxico derelicto que alimenta nuestros tics, manías, formas de comprender el entorno, de defenderse de él hasta atacándolo.

Todo escritor que se respete acaba encontrando un personaje al que serializa. [Los poetastros mariconastros goticotrastos no lo necesitan porque la literatura gótica es sólo un apilamiento de telarañas y figuras de cartón piedra con menos vida que un adoquín que el “autor” mueve acá/allá por el decadente decorado agotando al lector con la extensa aunque huera descripción de putrefactos muebles y demás rancios fantasmas. Con insistir en lo del caserón en presunción maldito, ya le basta al haragán literario, que alcanza la cúspide de repugnancia con su “poesía”.]

Ross McDonnald (pseudónimo) con apariencia
de satisfecha complacencia. Contentará al lector
su prosa y ágil tratamiento de las situaciones

Tener un personaje fijo es muy cómodo. Acostumbrado a él, sabes cómo reaccionará ante nuevas situaciones… cosa que McDonnald hace con LEW ARCHER. Encontró una fórmula, un protagonista, y fue amoldándole a ella con bastante éxito. Problema: es previsible. Donde en El caso Galton se cita a ANTHONY Galton, en El martillo azul es el pintor RICHARD CHANTRY. Cambia acaso Archer; rondando la sesentena, reflexiona sobre los errores de su pasado (sobre todo, su divorcio) pero aplica esa enseñanza en resolver sus casos pese a las marañas de subterfugios en que procuren enredarle.

El caso del libro reseñado empieza casi como el citado Galton. Contratan al veterano private detective para que recupere un cuadro robado. Lo que Archer va descubriendo, de un casi irrelevante asunto doméstico cuya minuta le permitirá pagar pendientes facturas, le conduce a resolver un crimen de cincuenta años atrás y que enreda a sus patronos con el desaparecido Chantry y todo su entorno en una conjura poblada de envidias, iras, drogas y degradación como expiación por ese asesinato del pasado.

Ajá, una (al menos) de sus obras
encontró acomodo en al cine. PAUL
NEWMAN, a grandes rasgos, sí da la
talla de LEW ARCHER

Archer cuenta con la ventaja de su experiencia aliada a su instinto y la colaboración de unos agentes de policía que demuestran una repentina tolerancia que parecía impropia de ellos. En El caso Galton esquiva el tema de las sexualidades, cambiándolo por la violencia física; McDonnald las aborda en El martillo azul sin complejos (mas sin llegar a los extremos de rudeza como lo hace su más aventajado alumno).

Refiere un tópico sobre la biX u homoX del mundo artístico. Prejuicio que aplican a Chantry aunque se descubre machote de ley. No así el entorno que dependía de sus telas para vivir, donde resalta hasta la pedofilia. Con todo esto, McDonnald va empleando sus conocimientos y psicología para hacer profundos retratos de los personajes que aparecen en estas páginas, volviendo por tanto tan sugerente esta clase de literatura frente a otras que tienden a la banalidad o la decorativa ligereza.