Invariablemente, para lectores como yo, merced
al reflejo efectuado por el parásito real, el cine, la idea que tienes del
personaje creado por IAN FLEMING es la del espía-ejecutor estatal con savoir
faire, toque con la grey femenina y una impresionante suerte, además de hombre
de mundo que las ha visto de todos los colores. Abreviando, nuestro Bond, JAMES
Bond, es SEAN CONNERY, rudo/atractivo para las mujeres, el HeteroX que quisieras
ser, auxiliado por cacharritos de pseudociencia ficción que agilizan mucho su
labor de liquidador gubernamental de una amenaza internacional cebada por las
siniestras siglas soviéticas o de un desquiciado
multimillonario de ego desmedido que quiere adueñarse
del planeta de mala manera, si no chantajea a las naciones con arma o ardid que
les obligará a claudicar indefectiblemente.
Introducirse en las páginas de Diamantes
para la eternidad, con la imagen de Connery y sus microaparatos, es
llevarse una completa decepción. De ninguna manera el Bond, James Bond, de la
novela es el de la adaptación al cine, que parece cuan anticipo de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS. Esta novela parece propia de SAM SPADE o
PHILIP MARLOWE, mejor LEW ARCHER (son casi contemporáneos). Caramba, hasta CAMISA NEGRA postulaba para protagonizarla.
Es obra de cínico private detective
más que de sofisticado agente secreto con licencia para matar a sueldo de Universal
Exports. Sorprende incluso cuando la comparas con DR. NO, o GOLDFINGER, donde están presentes los elementos habituales
del personaje (M, Q, MONEYPENNY), aunque diferentes también a su retrato de
celuloide. Nos es más familiar su entramado de espías.
Diamantes para la eternidad es noir total. Hasta FELIX LEITER opera para Pinkerton, jubilado de las trifulcas a cargo de la CIA. Todo en Diamantes para la eternidad sugiere debemos ir despidiéndonos del espía Bond, James Bond, pues Fleming busca explorar otros confines mediante algún nuevo personaje que le resultase más atractivo. Eso… o quería demostrarle al lector que Bond, James Bond, tenía vida, una mayor e inesperada versatilidad, podía ser todoterreno, encarar distintos hitos saliendo todavía triunfante.
El problema para el lector actual es que
Bond, James Bond, tiene su traza tan definida/asentada en lo espía, que desorienta
verlo despegado de eso tan genuino suyo. La intención de enfrentarle a
situaciones mafiosas no faltas de peligro pero distantes de una exótica
organización mortífera comunista o adlátere que les imitase a modo, es buena,
insisto, como repito que Bond, James Bond, es 007, dispuesto a hacérselo pagar
a algún sádico canalla comunista que pretendiera destruir la democracia occidental.
Al final, lo han conseguido. El Soviet
Supremo dejó un tenebroso heredero que ha minado Occidente subvencionando televisivos “partidos progresistas” de extrema izquierda, o sin más terroristas,
ablandando/acomplejando además una cobarde caterva política amariconada (y excluyo
a los HomoX) que ha tragado todos esos delirios izquierdistas por miedo a les
tildaran de fascistas. Ahora están descubriendo el error, la tragedia. Cuando
casi no tiene remedio.
Bond, James Bond, nace de una generación de
decididos individuos duros que quizás no siempre supieron acertar, aunque eran
capaces de aceptar al medir el peligro del oso ruso y su tregua. Estos actuales
politicastros europeos sólo sirven para la pose y el discurso demagógico de
postureo. El ecologretismo impostado. Los tres o cuatro que comprenden las
cosas son apartados o vituperados por reaccionarios, impidiéndoles tomar
medidas.
Detalle llamativo de Diamantes para la eternidad son los nombres de la banda mafiosa que contrabandea con los diamantes, de puro TBO. Es otra deliciosa ironía de la historia, que pese a no ser de espías, entretiene y mantiene el pulso hasta la última y pesarosa línea que deja al lector un taciturno y reflexivo Bond, James Bond.