lunes, 24 de enero de 2011

CONAN EL CIMMERIO – AGAINST THE GODS!

Ilustracíón de FRANK FRAZETTA.
Esta cubierta no es de la edición
reseñada; creo que es anterior.
Pero es más espectacular...
Es obvio que la médula de este volumen, publicado por EDICIONES FÓRUM, es LA REINA DE LA COSTA NEGRA, un episodio, creo, capital en la vida de Conan, el bárbaro melenas negras de ojos azul titánico, fuerza hercúlea e instintos animales erectos, etc., etc. El relato, obra de su creador, ROBERT E. HOWARD, rebosa energía, fiereza, fuerza. Contiene todos los elementos que componían el légamo pre-Histórico del tejano, alentado por las pavorosas “visiones” de H.P. LOVECRAFT.
Antes de abundar un poco más en este capítulo, editado originalmente como un cuento, y quizás muy mal pagado, recuerdo que el libro, el segundo de la colección de Conan, contiene aventuras escritas por los “continuadores”: LIN CARTER y L. SPRAGUE DE CAMP, que poseían sus propias esferas fantástico/fabulosas de paladines y bárbaros, hembras epatantes, brujos perversos y terribles trasgos deformes (recuerdo haberlo leído; no lo he contrastado, así que espero que algún amable lector lo confirme). En LA GUARIDA DEL GUSANO DE HIELO se constata la mediocridad de ambos escritores.
...comparada con esta birria del año
catapúm. Anda, que vais apañados
La reina de la Costa Negra lega a la literatura una fémina legendaria de más enjundia que la alabada DEJAH TORIS (o la PRINCESA LEIA), la mujer inalcanzable que sólo tras arduos esfuerzos sanguinarios y proezas supremas podía el héroe aspirar a obtener una mirada de la excelsa hermosura. Se trata de BELIT, seductora, salvaje, luchadora, emprendedora, capaz de embrujar de tal forma a Conan, un saqueador, mercenario, asesino, macho alfa que no tarda un instante en aspirar a capitanear la banda que sea (¿acaso no tiene ambiciones monárquicas?) por cualquier medio. En cambio, a bordo del Tigresa, Conan está subyugado a la voluntad absoluta de Belit. Ella le proporciona todo cuanto él anhela: aventura, saqueo, sexo. Es el detalle significativo a resaltar dada la naturaleza posesiva de Conan.
No obstante, y quizás se deba a la psicología del autor (que, al parecer, tenía problemas para relacionarse con las mujeres), cuando se produce el deceso de Belit, Conan no experimenta esa agonía que debería sentir por tan profunda pérdida. Belit es el amor de su vida; le ha enseñado lo vital de la existencia, amén del extra de los saqueos y la sangre, el poder así revalidarse ante ella como un campeón, energía que alimenta de pasión visceral sus cópulas (el binomio clásico del sexo y la muerte; el vencedor demostrando que sigue vivo jodiendo aun la memoria del caído). Pero Conan sólo se muestra fosco ante esta pérdida. Le arden las tripas de ira (y ¿cuándo no?), mas no vive un solo momento de introspección, de duelo, de llanto.
LIN CARTER. La foto parece de un
pasquín del FBI. Por adulterar la 
obra de HOWARD, ¡lo merecería!
No me vale la excusa que dan en la película: “Es Conan, el bárbaro. ¡Él no llorará!”, porque bien puede ser que, frente al público, reprima emociones que confirmen que tiene fibra sensible, algo que explotarían juzgándolo una jugosa debilidad que arrojarle al rostro y con la virulencia de una herida candente (“Fijáos, ¡Conan, el bárbaro!, el arrasador, ¡llorando como una nena!”). Está solo en un rincón recóndito del mundo, entre los escombros de una pretérita civilización. No tenía por qué ocultar, aunque fuera por breve espacio de tiempo, los sentimientos que le confirmarían como humano.
Más todavía: fijaos si Belit es capital que resucita brevemente para salvarle la vida. Pero luego, a lo largo de los relatos, su huella no es patente en la biografía de Conan. No recuerda en ningún instante, mientras cabalga al paso por las estepas pensando en lo que hasta ahora tiene camino del trono de Aquilonia, sobre esta apasionada época de su juventud. No compara, para sí, el amor de sus diversas amantes de cierta duración, con la salvaje, intensa y desprendida pasión de Belit. Esto hubiera hecho más profundo al personaje. Pero ni Howard, ni sus continuadores, émulos, o mediocres vividores del mito, llegaron a consignarlo.
L. SPRAGUE DE CAMP. La cornamenta
habla gráficamente sobre el hombre
Lo hicieron brincar de una estancia a otra hendiendo los porcinos morros de los más variopintos terribles trasgos, codiciando a la muchacha que adorna ese relato, conforme gana, o pierde, la jefatura de una banda o poblado. Conan, por esto, no es más que una corpulenta figura de cartón piedra, un estereotipo, no un arquetipo, que convence por la vehemencia de sus acciones, pero no por la calidad de su alma… que no tiene.
El cuento, además, contiene un apunte racista: “El corazón de los shemitas [Belit es shemita –judía, ergo-] se emborrachaba con las riquezas y el esplendor material”. Más que un insulto, es un estereotipo social automático, tampoco el más ofensivo que he leído. Eso sí: menos mal que nosotros estamos inoculados ante las fortunas, ¿verdad?
ROBERT E. HOWARD en plan
LOS INTOCABLES cabreado
Otro relato “atractivo” es LA HIJA DEL GIGANTE HELADO (de Howard), llamativo por lo de reto a las deidades que posee, la afirmación del carácter y la voluntad del Hombre frente a los panteones eternos. Obstinadamente, Conan persigue por las frías nieves a la perversa ATALI, que lo conduce hasta la muerte, primero enfrentándolo a sus gigantescos hermanos (en esto, Conan oficia de THOR) y luego, por extenuación, al helor del entorno. Atali es trasunto de VALQUIRIA, que ven quienes agonizan en los campos de batalla nevados. Y al fin, el cimmerio (¿o es cimmeriano?), como expresión de que el Hombre hará cuanto se proponga, atrapa a Atali, obligándola a solicitar socorro a su padre, YMIR. En ese momento, los dioses podrían empezar a mirar sombríos a aquella chusma que balbuceaba en los albores de su esplendor, entre el fango de sus crímenes. Es otro cuento intenso, previo a las aventuras “africanas” de Conan, donde Howard fue perfilando las de SOLOMON KANE.
ARNOLD SCHWARZENEGGER como CONAN, aterrado
 con el remake de la película de JOHN MILIUS
Sobre la calidad deficiente de Carter y de Camp fijémonos en la primera página del cuento del gusano de hielo; primera línea: “El jinete solitario había avanzado a largo del día por los desfiladeros…”. Segundo párrafo: “Este jinete iba solo”. Ya lo sé. Poco después: “el solitario viajero tiró de las riendas”. Vale: ¿cuántas veces más van a precisarnos su soledad? Las que hicieran falta. Howard cobraba por palabra; ¿Carter y de Camp también? Es evidente que saquearon los papeles del tejano, aprovechando el más mínimo-nimio apunte que éste dejara, para construir un cuento, distorsionando, Dios sabrá cuánto, lo que en mente Howard tenía (y, de paso, rapiñamos lo que podamos para nuestras propias sagas, deficitarias en argumentos). Y además, se nota que, o lo escribían por partes, y no revisaban lo que antes habían puesto, o no existía comunicación entre ellos. Estas repeticiones se aprecian en todo cuento “recompuesto” por ambos autores (también más extensos en detalles decorativos superfluos que en acción, por ejemplo). Por tosca que fuese la prosa de Howard, estos fallos los tenía controlados (de vuelta a La reina de la Costa Negra).
Oscurísimo fotograma de DESPERADO, de ROBERT
RODRIGUEZ. La descripción que STEVE BUSCEMI hace
de ANTONIO EL MARIACHI BANDERAS se ajusta,
elípticamente, a Conan...
Conan el Cimmerio es, no obstante, un buen material para “entrar en contacto” con el icono, así como ejemplo de cierto canon de literatura basado en rutinas: la bella-a-ultranza en peligro, la aventura sin freno, los personajes aviesos (pero tan planos como el héroe), el elemento sobrenatural aterrador y la masacre, formas de narrar que, por citar al albur, ya existían en las gestas que impulsaban a los Caballeros de la Mesa Redonda a jinetear por esos mundos de Dios.
Los clásicos nunca defraudan.
Vuestro Scriptor.
Documentación adjunta: