Confiando poder oxigenar la actividad del tenebroso vigilante EL CASTIGADOR, alias FRANK CASTLE (nada nuevo os cuento), GARTH ENNIS cruza su destino con el de otro psicópata, aunque éste a sueldo del Estado: NICK FURY (el clásico aún caucásico), con lo que se barrunta una burlona forma brutal de emular a BOND, JAMES BOND, empero a lo Made in USA, tan criticado en la novela EL AMERICANO IMPASIBLE.
Aprovechando la
coyuntura, Ennis, mediante un mosqueado Fury, sumerge a Castle en el mundo opaco/traicionero
del espionaje, el Gran Juego que juegan las superpotencias con absoluta falta
de decoro o escrúpulos, ocultos en búnkeres surtidos de pantallas
de plasma que reciben imagen desde remotos satélites. Eso les ahorran el
estrago del campo abierto. El escritor irlandés, satirizando sospecho a JACK
RYAN, muestra estas sinuosas/inmorales conductas y vías de
acción en las que suelen caer esos a quienes votamos so pretexto de la
seguridad, el orden, la estabilidad, y ahora, en la cima del deliro, el
ecologretismo y la progresía. Estas conductas reprobables asimismo se enredan con
las componendas económicas de las
principales empresas tecnológicas o militares de esas superpotencias, aun de
países “emergentes” que se
(prostituyen)
subordinan a los trapicheos
del bando ‘afín’ esperando conseguir su rácana munificencia.
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Implacable como siempre, EL CASTIGADOR no duda en esta alianza con vistas a un futuro más cierto (y sanguinario) |
Castle (o “castillo”, ese refugio que, además, es el compartimento estanco que puede impedir tu crecimiento —según mis contactos esotéricos—), seducido por la oferta de Fury (proporcionarle diversos códigos de acceso útiles a Punisher), recorre Brighton Beach (núcleo neoyorkino de la emigración ruski) siguiendo el olor de la vodka delincuente y deja su particular tarjeta de visita, que revalida su top ten en las pesadillas del hampa. Siendo historia made in Ennis, sus criminales tienen el sesgo popularizado por GUY RITCHIE en sus primeros filmes: el matón torpe, payasesco, el implacable, el que es menos malo de lo esperado, hasta algún nostálgico del Imperio Soviético (en alza).
Está Ennis atrapado en
la impronta de Punisher, donde parece bastante cómodo (¿por un íntimo
sentimiento de catarsis?) desarrollando historietas del expeditivo vigilante.
Ocurre que, en algún momento, su sentido de la madurez creativa querrá abandonar
la zona de confort, aunque sea un poco; explorar senderos velados por la
floresta, ver si llevan a fuentes de la juventud o fétidos vertederos, o al abismo.
Sometido a ese yugo, se arriesga a que rechacen su guión “alienígena” o el
lector repudie la alternativa, mostrando desconfiada desafección con su futuro
trabajo.
Sin embargo, un autor
puede sentir hastío circunstancial por su obra o personajes. Por eso el
escritor, como el actor, salta de uno a otro personaje en sus distintas
concepciones. Procura refrescarse de un concepto trillado, o que muestre
limitaciones. Salir del surco tiene otra notable ventaja: proporciona
perspectiva, distintos puntos de vista, madurez, que beneficia al personaje
esencial cuando se regresa “con él”.
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Siendo Ennis el que guioniza, ña sangre, la ironía, el sadismo y la oscura reflexión están seguras |
El vigilante, activo
externo, emprende la sórdida tarea actuando/equiparándose con los agentes
externos a los que han movilizado esos nuevos mandos del Pentágono (cobardes,
retorcidos, militares de salón, no de la vieja escuela de la que procede Fury, estilo
MALDITOS BASTARDOS, donde importaba mirar a los ojos del rival para ver
qué ocultan; saber si es un psicópata sádico o hay honor en su interior) para
desplegar una nueva guerra, eternizar una contienda (ese Afganistán indomable desde hace más de mil
años), y conseguir los fondos gubernamentales que permitan crear chanchullos
que les beneficien gracias a sus contactos con los lobbys
armamentísticos que les escogieron.
Castle cumple su misión a su singular manera (la paliza al enano escuálido delata al momento al autor del escrito), como peculiar es su escapada del atolladero: de la más espectacular/bondiana forma. En el fondo, es relato de hombres de honor, como demuestra la contrapartida rusa, no menos implacable o cruel, pero que sabe descubrirse ante un enemigo al que reconoce valores que estamos perdiendo apresuradamente.