![]() |
| Sirva esta portada (aunque los autores sean otros) porque el resto es bastante decepcionante |
Si en algo insiste Eliot Ness (mediante
mecanografiado de Oscar Fraley) es que AL CAPONE era el cruel Enemigo Público
Número Uno de Estados Unidos, reinando en Chicago. Disponía muertes a mansalva
y brutalidades varias, ejecutadas por un selecto grupo de asesinos con
variopintos alias. Tan peligroso era Capone que los Intocables (una decena, no
cuatro, como en la película —no sé cuántos serían en la teleserie protagonizada por
RICHARD STACK—) le descosían las principales fuentes de ingresos ilegales
mediante la producción y venta de cerveza y permitió hicieran largo tiempo, sin
perceptibles represalias.
Repito (en consonancia al texto): Capone se
gloriaba de eliminar a cualquiera que atentase contra sus ingresos, o fuese
competencia, de fría forma expeditiva (o a sangre caliente, como cuando reventó
la cabeza a un sicario con un bate de béisbol —episodio visto en la cinta de
BRIAN DE PALMA—), mas ahí están Ness y sus Intocables cerrándole casi todas las
semanas garitos y destilerías, causándole pérdidas de cientos de miles de
dólares, y, eso: nada. (Amén de las fianzas de sus soldados arrestados.)
Capítulo tras capítulo, Ness nos alarma con
la inmanente amenaza sobre su vida y sus hombres que suponen Capone y sus sayones,
siempre acechados por malcarados oriundos aun de fuera de Chicago para ver cómo
madrugárselos, siempre recordándonos que cualquiera que sise un centavo a
Capone, ¡acaba mal! Y pese a arruinarle sin tregua, la fiera amenaza Capone
inerte.
Gruñe, patalea, amenaza… empero no envía a
sus más infalibles sicarios (como FRANK NITTY) a darle matarile a los
Intocables. Primero porque, como cuando el cruzado Ness empieza a intervenir, Capone
está entre rejas (cumplía un año por tenencia ilícita de armas), su
todopoderosa banda no se atrevía a actuar porque querían órdenes directas de
SCARFACE. Cumplida condena, Capone (rabietas y amenazas aparte) vacila de
apiolarse a Ness o los Intocables porque son federales… y una tempestad de
mierda soplada por EDGAR HOOVER podría ahogarles al haberse cargado a uno
de los suyos. Y Hoover tenía muy mala hostia.
Según refiere Ness en una novela que parece
un pulp de DOC SAVAGE o LA SOMBRA (talmente está escrito; Fraley emplea
todos sus recursos y específico lenguaje para colorear y dinamizar aventuras
que al dictado le contaba Ness –a saber cuántas exageraciones y embustes consiguió
colarle; más lo primero que lo segundo—), el poder de Capone procedía más de
sobornos que de una brutal actividad criminal. Había sangre (¿no propició la
famosa Matanza del Día de San Valentín?) y rivalidades solucionadas con tommygun
y “piñas”, navajazos y palizas a granel. Mas Ness precisa que Capone construyó
su apabullante imperio untando sin pausa, ora a la pasma, el enemigo, o a los
políticos. La integridad de esos funcionarios habría menguado mucho su
influencia.
¿Cuándo cae Capone? Cuando por arrogancia
decide apropiarse de las lavanderías. Hasta entonces, Chicago vivía bajo su
sombra, sintiéndola una enojosa molestia, mas no un verdadero atropello. Mataba
Capone a otros criminales; todo en orden. Al querer las lavanderías, honrados negocios
que nada tenían que ver con el lumpen, aplicando el sistema que le había
proporcionado destilerías y negocios ilegales (a tiros, vaya), Chicago se
rebeló.
![]() |
| OSCAR Fraley supervisando teletipos. Se pone en ocasiones hasta en exceso elogioso con Ness en ciertos pasajes, como tapando... vergüenzas |
El pintoresco grupo de los SEIS ANÓNIMOS
(hay una novela de La Sombra titulada LOS SIETE SINIESTROS) pega un
puñetazo en la mesa y decide al fin anular a Capone. Y ahí está Eliot Ness,
dechado protestante de virtudes estadounidenses, listo a combatirle hasta el
último hombre y la última bala con total probidad. Por un sentido de la ley y
la decencia tan encomiables como de sospechoso autobombo. Fraley aun “lo
sugiere” en algún pasaje: glorifica a Ness hasta cotas de Propaganda
Presidencial.
La hábil jugada de presentar la novela de forma pulp le permite alcanzar a más lectores, a quienes repelería una narración más “formal/académica”, rígida. Lo malo es que relataba sucesos históricos; mostrarlos como una dramática hazaña de hombres audaces menoscaba o relativizaba la credibilidad de la narración.

































